Hubo un tiempo en que pensaba que el éxito era tener un despacho con vistas, una tarjeta que pusiera “Directora de algo” y reuniones que se llaman “calls” para parecer más importante y que justificaran mi falta de vida personal.
Qué cosas.
Ahora, si me dejan dormir ocho horas seguidas y tomarme una tostada sin correr, me siento como Beyoncé en los Grammy.
Entonces, si llegas alto y no puedes parar ni a mear tranquila (y ya no hablemos de hacer caca…💩), ¿realmente has ganado algo?
Nos vendieron el éxito como un trofeo carísimo: casa gigante, coche con nombre impronunciable, agenda llena de compromisos y una lista de cosas por hacer que da ansiedad solo de mirarla. Pero la vida te va desmintiendo y las contracturas cervicales hablan por sí solas.
El otro día leí una frase que me atravesó tan profundo como el IBI y el seguro del hogar juntos (que me vienen ahora en junio):
“He llegado a un punto en la vida en el que no hay tiempo que perder, en un sentido cruelmente literal.”
(Enrique Alpañés – El País)
Y pensé: éxito es tener tiempo. Tiempo para una siesta sin culpa. Para ir a comprar sin correr. Para decidir si quieres ver una serie, hacer nada o mirar al techo como deporte olímpico.
Cuando era adolescente, los fines de semana eran eternos. Hoy, pestañeo y ya es domingo otra vez. No tengo bragas limpias, tengo la nevera triste y el termo hace ruidos sospechosos.
Ser adulta funcional se parece menos a tenerlo todo bajo control y más a ir apagando fuegos con una taza de algo frío en la mano.
Hoy, mi concepto de éxito es mucho más modesto y, curiosamente, mucho más difícil de alcanzar:
– Que no me interrumpan mientras leo.
– Una siesta sin culpa.
– Poder decir “no” sin redactar un ensayo explicativo.
– Escuchar a los pájaros y no a un taladro (aunque si lo manejo yo, no me niego porque algo estar´ñe tramando jiji).
– Estar donde quiero, con quien quiero y sin tener que fingir que me interesa una presentación en PowerPoint de 42 diapositivas.
Así que, por si no te lo han dicho hoy:
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No necesitas más productividad, necesitas menos exigencia y más atardeceres (¿acaso seré yo, poeta?).
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Menos logros medibles y más placeres invisibles.
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Menos “tengo que” y más “me da la gana”.
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Porque a veces el verdadero lujo no es un coche nuevo, sino una tarde sin notificaciones.
Así que si tú también has redefinido el éxito y ahora celebras tener tiempo para caminar sin rumbo, desayunar con calma o reírte fuerte en mitad de un martes cualquiera… enhorabuena: eres millonaria de verdad (parezco un libro de autoayuda de esos rancios, pero es que es verdad, tú hazme caso jajajaja).
🚀 Y si eso no es éxito, que venga Elon Musk en un cohete de los suyos y me lo explique.

