La ameba malota

La ameba malota

🧠 No eres la única responsable de tu infelicidad

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Últimamente se ha puesto de moda decir que todo depende de ti. Que si cambias tu actitud, tu vida mejora; que si piensas en positivo, atraes cosas buenas; que si sonríes lo suficiente, el universo te pone un bonus emocional.

El otro día escribí:

“Yo sé que vienen días mejores, pero sinceramente necesito fechas.”

Y alguien me respondió:

“Será mañana.
PD: Depende de ti.”

Ay. Ojalá, de verdad.

Y oye, ojalá.

Pero la realidad es que la vida no es un curso de desarrollo personal. A veces haces todo “bien” y, aun así, las cosas no salen. Y no porque no hayas “manifestado” con fuerza, sino porque hay factores externos que no controlas: dinero, salud, contexto, apoyo, estabilidad.

Por mucho que pongas intención, no todo está bajo tu control (ni falta que hace).

 

A ver, no voy a negar que la actitud influye. Verlo todo negro no ayuda, eso es cierto. Intentar buscar el lado medio bueno de las cosas —aunque sea que el café no se ha derramado del todo— puede hacer el día un poco más llevadero. Pero una cosa es intentar ver la luz, y otra muy distinta es vivir con la presión de fabricarla tú misma.

El problema de esas frases o pensamientos simplistas tipo Marian Rojas (“todo depende de ti”, “la felicidad está dentro de ti”, “tú eliges cómo tomarte las cosas”) es que convierten el bienestar en una especie de obligación moral. Si no eres feliz, la culpa es tuya por no verlo todo maravilloso. Por no “fluir”, por no “soltar”, por no hacer journaling bajo una cascada mientras agradeces el presente.

Y eso no es justo.
Porque el mundo real a veces no permite tanta paz mental. Hay alquileres, facturas, enfermedades, despidos, discusiones, malentendidos y días en los que te duele simplemente existir. Y no, no todo eso se cura “cambiando la perspectiva”.

 

El mercado de la dopamina

Ahora todo el mundo habla de dopamina. Que si regula tu motivación, que si te da placer, que si tienes que elegir bien las cosas que te la suben.
Y claro, acabas el día dudando si ver una serie, comer chocolate o hacer scroll en Instagram te está destruyendo el sistema nervioso o mejorando tu vida.

Según “los expertos”, hay que evitar los estímulos que te bajan la dopamina y elegir los que te la suben “de forma sana”.

Y eso suena precioso… hasta que recuerdas que tienes trabajo, facturas y ojeras del tamaño de un proyecto europeo.

Porque, honestamente, ¿cómo eliges dopamina buena cuando el 80% de tu dopamina viene del “pedido entregado” de Amazon o de que no se haya roto el microondas?
¿De verdad la clave está en “elegir” lo que te da placer… o en aceptar que la vida también es aburrida, tediosa y a veces un coñazo?

Vivimos obsesionados con optimizarlo todo: el sueño, el rendimiento, la productividad y ahora la química del cerebro.

Y entre tanta autoayuda neurocientífica se nos olvida que a veces lo más sano es dejar de intentar ser felices todo el tiempo.

Comerte una napolitana sin pensar en neurotransmisores ya es bastante espiritualidad para un martes.

 

Quizá la felicidad no es un objetivo, sino una intermitencia. Algo que aparece y desaparece, y que está bien así. No hace falta ser feliz todo el tiempo (de hecho, desconfío de la gente así) ni hacer de la vida una competición de “vibrar alto”.

Al final, una buena actitud ayuda, sí. Pero también ayuda dormir ocho horas, tener a alguien que te escuche, un trabajo que no te consuma y una sociedad que no te haga sentir culpable por estar cansada.

Así que sí: depende un poco de ti, pero también depende del mundo, del contexto y de que no te suban la hipoteca.

Y reconocerlo no te hace débil, ni negativa, te hace honesta.

La vida 'in itinere'

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